José De Gregorio

La persistencia de la desigualdad en América Latina

octubre-noviembre-diciembre 2020

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  • La profesora de Economía Latinoamericana de Tulane University y directora del Commitment to Equity initiative (CEQ), Nora Lustig, fue la expositora del seminario “América Latina y la persistencia de la desigualdad”, organizado por la FEN y el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

    “En los últimos treinta años, la desigualdad en América Latina se redujo, cuando la medimos con el instrumento que más se utiliza para esto, que son las encuestas de hogares”, dijo la académica para iniciar.

    Aclaró que esta tendencia no fue uniforme durante las 3 décadas, ya que en los años noventa y principios de la década del 2000, la desigualdad aumentó en la mayoría de los países para los que existen datos comparables; entre 2002 y 2013, se redujo en todos los países, y a partir de 2013, esta tendencia presentó claras señales de agotamiento: en algunos países la desigualdad comenzó a crecer mientras que en otros el ritmo de caída se redujo.

    “Es fascinante esto porque quiere decir que la desigualdad cayó en países con tasa de crecimiento alta y con tasa de crecimiento baja; en países que tenían el auge de materias primas y aquellos que eran importadores netos de materias primas, en países gobernados por la izquierda y países gobernados por la derecha. Hay una generalización que deberíamos poder explicar más allá de características típicas del período”, destacó.

    Pese a que Latinoamérica continúa siendo la región más desigual del mundo, la brecha ha disminuido y la caída entre 2002 y 2013 fue enorme y única, solamente comparable a la que tuvieron los países desarrollados en la posguerra.

    Paralelamente se dio una disminución importante de la pobreza en el mismo período, observándose que un 60% se explica por crecimiento y cerca de un 40% por la caída de la desigualdad. En el caso de la expansión de la clase media, alrededor de un 20% tuvo que ver con este último factor.

    Los factores tras la caída de la desigualdad

    Descomponiendo los datos para encontrar los factores que explican esta disminución tan importante de la desigualdad, se observa que, en promedio para la región, un 62% está asociada a la caída en la desigualdad del ingreso laboral. “Esto ya da una pauta de dónde tenemos que buscar las causas, porque si 2/3 se explican por lo que pasó con el ingreso laboral, ése es el camino para entender los determinantes de ese periodo”, dijo.

    El segundo factor determinante fueron las transferencias gubernamentales, que explican el 17% de la caída, coincidiendo con una serie de programas muy grandes. En tercer término, pero en mucha menor magnitud, se encuentran las remesas.

    En concreto, la desigualdad de los ingresos laborales se redujo, acortándose la brecha salarial entre trabajadores altamente calificados y poco calificados. Así, entre 2002 y 2013, el ingreso laboral del decil más pobre creció, en promedio, un 50% en términos reales, mientras que el aumento promedio fue del 15% para el decil más rico (y 32 % para el ingreso de la mediana de la distribución). Además se produjeron incrementos en el salario mínimo y apoyo a organizaciones sindicales.

    La evidencia disponible sugiere que tanto el aumento como el descenso de la desigualdad del ingreso laboral han estado asociados al incremento o la caída de los retornos de la educación. En particular, en la mayoría de los países donde la desigualdad total descendió durante la década del 2000, los retornos a la educación primaria, secundaria y terciaria, respecto de ninguna escolaridad o escolaridad primaria incompleta, también descendieron.

    Lustig destacó este aspecto, relacionado con la expansión del acceso a la educación durante los años 90. “Fue un período en que, en casi todos los países, el acceso a la educación primaria, secundaria e incluso a la terciaria fue aumentando. Se puede ver en la composición de la fuerza de trabajo por niveles de educación: aquellos con menos educación empiezan a tener una escasez relativa, y los que tienen más educación tienen una abundancia relativa. Es una historia que yo considero reconfortante porque se puede vincular a políticas activas que son congruentes con beneficios del punto de vista del crecimiento y la inclusión”, recalcó.

    Estados más redistributivos

    Las mayores transferencias públicas fueron también un factor relevante en la disminución de la desigualdad. “El estado se volvió más redistributivo hacia los pobres en ese período”, dijo la académica, agregando que el período coincide con un gran número de gobiernos de izquierda en la región. “Los datos muestran un efecto izquierda que estamos analizando ahora econométricamente”, puntualizó.

    Las transferencias monetarias según régimen político no muestran una diferencia importante, al igual que los datos de empleo público. Sin embargo, el salario mínimo es la variable que muestra que hubo una diferencia en términos de política activa en el ámbito laboral que reforzó probablemente lo que se observa como tendencia estructural en términos de demanda y oferta de los trabajadores por nivel de calificación. “Los países de izquierda aumentaron relativamente más el salario mínimo”, precisó.

    Tercer período, comienzan las protestas

    Lustig se pregunta: si la desigualdad estaba bajando, ¿por qué se comienzan a dar protestas?

    “La caída de la desigualdad se detiene, el ímpetu se acabó, y se acaba en un contexto en que además también está disminuyendo la tasa de crecimiento y en algunos países incluso hay algo de recesión y aumenta la pobreza”, dijo.

    La académica entregó 3 explicaciones para este fenómeno: el impacto negativo del fin del auge de las materias primas, las limitaciones de los indicadores utilizados y las limitaciones de los datos que se utilizan para medir la desigualdad.

    En primer término, el término del auge de las materias primas significó una caída de la tasa de crecimiento del ingreso por habitante, el aumento de la incidencia de la pobreza justo cuando la capacidad del fisco para ofrecer mecanismos de compensación está mermada, la desigualdad revirtió la tendencia de la década anterior y comenzó a subir (Argentina y Brasil, Paraguay) y se dio un voto de protesta en las elecciones presidenciales, caracterizado por ir en contra del partido en el gobierno (en países gobernados por la izquierda, se eligieron candidatos más a la derecha y viceversa).

    La percepción de las personas de que la distribución de ingresos en su país era injusta o muy injusta disminuyó al caer la desigualdad, en tanto subió cuando la brecha se acrecentó. “La percepción se mueve de manera conjunta con lo que ocurre con la información. En primer lugar, eso puede estar detrás de las manifestaciones de descontento”.

    Como otros factores, Lustig mencionó las limitaciones de los sistemas de pensiones y salud (factor determinante en Chile) y el incremento de precios de combustibles de primera necesidad en varios países a raíz de la reducción de los subsidios gubernamentales (Argentina y El Salvador)

    Además, indicadores de la desigualdad que captan mejor lo ocurrido con las diferencias de los ingresos absolutos entre ricos y pobres, muestran un incremento. Cuando se corrige la información para incorporar los altos ingresos con datos de declaraciones fiscales, la concentración del ingreso en el tope de la distribución es más alta y ha estado subiendo.

    En segundo término, los indicadores utilizados tienen limitaciones. Si en un país todos los ingresos aumentan en la misma proporción, el coeficiente de Gini de ese país sería el mismo antes y después de dicho crecimiento. Sin embargo, en términos de poder adquisitivo, el individuo que parte de un ingreso mayor se beneficiará en términos absolutos más de dicho crecimiento uniforme que quien empieza desde un ingreso menor.

    En Chile durante el periodo 2000-2017, la diferencia entre el ingreso que recibió el 10 % más rico en comparación con el 10 % más pobre creció en nada más ni nada menos que un 50% (y en un 45% cuando se compara la diferencia en el ingreso del 10% más rico y el del habitante medio)

    Agregó que los datos utilizados para medir la desigualdad son deficientes para cuantificar los niveles de concentración del ingreso entre los muy ricos. Las encuestas de hogares -las fuentes de información típicas de los indicadores de desigualdad- no siempre captan bien los ingresos de los más ricos. Los hogares tienden a declarar menos ingresos de lo que realmente reciben, sobre todo, los procedentes de las rentas del capital. A raíz de ello, tanto el grado de desigualdad como la tendencia pueden estar mal calculados.

    “La desigualdad que cayó fue la relativa. La desigualdad absoluta ha seguido creciendo, y si crece en un contexto de desigualdad relativa y pobreza que cae, y la población en general siente que el bienestar está aumentando, es probable que no importe. Pero si sigue creciendo cuando hay gente de la parte baja o media que está perdiendo, probablemente se crea gran resentimiento”, aseveró.

    Argumentó que “si corregimos el Gini y otros indicadores por lo que pasa en el top 1, el nivel de desigualdad sería mayor y la caída no sería como la observamos si nada más usamos encuestas. Pero persiste una parte de la historia que es sumamente importante y es lo que pasó con la distribución del ingreso laboral, con las transferencias y con las remesas. Nada de eso hay que tirarlo a la basura, nos explica una parte del fenómeno”.

    Como conclusión de este análisis, explicó que, en primer lugar, la historia reciente de la desigualdad en América Latina indica que las políticas públicas pueden modificarla. Así, la reducción de la desigualdad observada durante la primera década de este siglo se puede vincular principalmente a dos componentes de la política social: el gasto en educación, que resultó en un aumento de la escolaridad de sectores pobres de la población, y la expansión de las transferencias monetarias focalizadas en la población pobre.

    En segundo lugar, como se desprende del análisis del periodo posterior a 2012 (año que, aproximadamente, marca el final del auge de las materias primas), la reducción de la desigualdad no ha sido sostenible en un conjunto de países.

    La situación post Covid

    Analizando la situación que está dejando la pandemia, aclaró que todavía no se sabe si se puede caracterizar como muchos hogares que pierden poco o pocos hogares que pierden mucho.

    Las medidas de mitigación están siendo importantes, aunque, en el corto plazo, la desigualdad y la pobreza se están incrementando. Aun así, países que han expandido la asistencia social, como Brasil, están logrando contener la caída.

    Se observa también que los programas de ayuda desplegados están beneficiando más a la parte baja de la distribución, pero quienes están por encima de la línea de la pobreza están perdiendo mucho.

    “En el corto plazo, si bien la situación es horrible y ha introducido una desigualdad brutal, vemos que por lo menos estas medidas de contención y transferencia de ingresos pueden estar siendo mitigadoras”, apuntó Lustig.

    Por último, el cierre de las escuelas introdujo una enorme desigualdad en términos de acceso a escolaridad. Históricamente existen diferencias en la posibilidad de completar la secundaria con padres con alto y bajo nivel educacional, pero “esas diferencias se están incrementando brutalmente con el efecto de las cuarentenas sobre el acceso a educación. Y conste que no estamos argumentando que hay que empezar a abrir escuelas, no sabemos cuál es la solución por ahora, pero este tema va a sembrar la desigualdad del futuro, porque la historia de la caída de las tendencias estructurales de desigualdad está sumamente asociada a lo que pasa con la composición relativa de la fuerza laboral por calificación, y aquí lo que vamos a tener es una abundancia relativa de gente con menor calificación y una escasez relativa de gente con mayor calificación. Esto tiene que ser el centro de atención si queremos evitar que volvamos a tener una desigualdad persistente en el futuro”, finalizó.





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    José De Gregorio

    Decano de la Facultad de Economía y Negocios